La saga jurásica resucita una vez más con Jurassic World: Rebirth, dirigida por Gareth Edwards y escrita por David Koepp, en una entrega que busca refrescar el legado de los dinosaurios con una mezcla de acción, nostalgia y genética milagrosa.

Cinco años después de los eventos de Dominion, los dinosaurios ya no viven en parques temáticos ni en los suburbios, sino relegados en selvas del Ecuador donde el clima les permite sobrevivir. En este nuevo entorno, tres colosos prehistóricos podrían contener el secreto de una cura revolucionaria para la humanidad, detonando una peligrosa misión de recuperación liderada por Zora Bennett (Scarlett Johansson), una experta en operaciones encubiertas.

La premisa suena atractiva, pero cae en fórmulas ya muy vistas: islas secretas, expediciones con fines científicos que salen mal, y un villano dinosaurio modificado genéticamente que parece sacado más de Alien.

El elenco, aunque de renombre, no logra una química tan memorable. Mahershala Ali y Jonathan Bailey cumplen con lo que se espera, mientras que el tapatío Manuel García Rulfo destaca en un papel entrañable como padre de familia, aportando un matiz emocional a una historia de rugidos y efectos especiales. Scarlett Johansson, por su parte, ofrece una actuación sólida y con presencia.

Visualmente, la película cumple con secuencias espectaculares filmadas en Tailandia, Malta y los Sky Studios de Londres. El despliegue de dinosaurios es generoso y variado —desde el imponente Spinosaurus, el acuático Mosasaurus, hasta pequeños Compsognathus—, aunque los efectos digitales no están a la altura en esta ocasión.

Jurassic World: Rebirth no es la mejor entrega de la franquicia, pero tampoco la peor. Con sus más de dos horas de duración, ofrece una aventura palomera, ideal para quienes buscan acción sin demasiadas exigencias. OJO: si planean hacer una secuela con el mismo elenco y tono, quizá valdría la pena pensarlo dos veces.

Por Andy Mc Cormick

JURASSIC WORLD: REBIRTH, DISPONIBLE EN CINES A PARTIR DEL 2 DE JULIO