Jacob Collier y su coro tapatío llamado Teatro Diana
Más que un concierto en el Teatro Diana, Jacob Collier brindó una experiencia que rompió la distancia habitual entre artista y público. Con su llegada explosiva al escenario, Jacob encendió a la audiencia con su extremo virtuosismo y carisma. Llevó a la audiencia a otro nivel de participación: la transformó en un instrumento vivo que acompañaba cada matiz de su música.
Jacob eligió iniciar con la emblemática What a Wonderful World, un gesto cargado de intención. Desde las primeras notas instauró un ambiente de calidez y esperanza que marcaría el tono de toda la velada. El genio inglés consiguió que el público del Teatro Diana se sintiera envuelto en una atmósfera de cercanía, emoción y complicidad, como si cada espectador compartiera con él un mismo latido. ¡Y eso sucedió! Las voces que coreaban bajo su dirección se entrelazaban en un coro colectivo, creando una experiencia indescriptible que trascendía a la música misma.



Little Blue fue el tema en el que Jacob Collier tomó por primera vez la guitarra acústica durante la velada. Reconocido como un auténtico multiinstrumentista prodigio, desde muy joven ha demostrado su capacidad para dominar con naturalidad instrumentos de distintas familias: piano, bajo, guitarra, batería, percusiones y, por supuesto, su extraordinaria voz, que maneja como un instrumento más, capaz de recorrer registros imposibles y generar armonías complejas en vivo. Esta versatilidad le permite no solo construir arreglos orquestales en solitario, sino también dialogar con el público en tiempo real, transformando cada concierto en una demostración de creatividad sin fronteras.
Uno de los momentos más entrañables de la noche ocurrió cuando el público comenzó a llamarlo cariñosamente “Jacobo”. Ese gesto espontáneo, entre broma y afecto, fue una forma de “mexicanizarlo”, como si la audiencia tapatía lo adoptara simbólicamente como uno de los suyos. Jacob, lejos de tomar distancia, celebró la ocurrencia con humor y complicidad, reforzando la sensación de que no era un artista extranjero que venía a tocar a Guadalajara, sino un amigo cercano que compartía su música en casa.



Un rasgo peculiar del show en el Teatro Diana fue la enorme presencia de covers: Jacob interpretó nada menos que 12 versiones de clásicos, cada una reimaginada con su sello personal. No se limitó a reproducirlas, sino que las transformó en auténticas piezas nuevas, llenas de giros armónicos y rítmicos inesperados.
Entre los más memorables estuvieron What a Wonderful World (Louis Armstrong), con la que abrió la noche, Can’t Take My Eyes Off You (Frankie Valli), coreada con entusiasmo por todo el teatro, y Bésame Mucho (Consuelo Velázquez), donde el público se emocionó al escucharlo cantar en español, como si se tratara de un homenaje íntimo a México. Otro momento peculiar fue la fusión de Bitter Sweet Symphony (The Verve) con Bésame Mucho, una mezcla improbable que resultó sorprendentemente natural en sus manos.


No faltaron tampoco clásicos del rock y el pop como Blackbird (The Beatles), Somebody to Love y We Will Rock You (Queen), ni homenajes a Michael Jackson con Human Nature y Billie Jean, ambos reinventados con polirritmos y arreglos vocales corales en los que el público fue protagonista.
En todos los casos, lo peculiar fue que Jacob no imitó, sino que dialogó con cada canción, expandiéndola hacia nuevos territorios sonoros y, sobre todo, logrando que la audiencia se sintiera parte activa de esa reinvención colectiva.
Jacob Collier es, sin duda, un genio musical. Su virtuosismo bien pudo haberse volcado únicamente en deslumbrar al público con su maestría instrumental, pero eligió otro camino: el de integrar a la audiencia como parte esencial del espectáculo. Más que mostrar su don, buscó compartirlo. Durante todo el concierto, no pretendió otra cosa que intimar con la gente a través de la música, hasta lograr que cada persona en el Teatro Diana dejara de ser un simple espectador para convertirse en música misma.
Txt: Hugo Mijangos
Fotografía cortesía de Zignia Live
